Volvió a mirar a su madre. Su piel llena de arrugas, delgada y suave, olía a rosas, a fragancias de su niñez. Sus manos habilidosas aún daban útiles regalos por doquier. Su pensamiento sabio estaba atento a todos sus movimientos. - ¿Podré dejarte, madrecita, por este, mi gran amor? – Se preguntaba aquel hombre enamorado.
Ella, ensimismada en recuerdos de amores lejanos, solo anhelaba que su hijo hallara en la madurez, una mujer perfecta, llena de belleza sobretodo dentro del corazón, y con unos brazos capaces de albergar tanta maravilla. - ¿Te animarás a dejarme para yo poder al final, vivir con libertad los últimos años de vida que me quedan? - Se decía aquella santa madre mientras su hijo la miraba sin poder tomar una decisión.
Cuando él se fue, ella se sintió inmensamente feliz ya que ahora podía irse en paz.
ANY CARMONA
*Del libro Luz de soledad
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