TRIBUNA DE LECTORES Y ESCRITORES / Si querés colaborar con noticias y fotos o verter tu opinión, dejá tus comentarios o escribinos / periodicoquincenal@hotmail.com

lunes, 9 de mayo de 2011

EL VENDEDOR DE ESPUMA (Cuento de Any Carmona)

Esta historia que les cuento sucedió durante los años tiernos de mi adolescencia, cuando aún no había descubierto la paleta de colores y todo era blanco o negro, sin matices ni grises. Fue en el verano de 1978. Contaba yo con dieciséis años de edad. Señorita de pantalones ajustados, camisa suelta y cabellos ondulados sobre los hombros.
Ese año el Carnaval comenzaría a ser en Buenos Aires, parte de la vida cotidiana. Pero ese Febrero, sin saberlo aún, mis amigas y yo quisimos vivir a pleno esa festividad tan necesaria para exorcizar todo lo que en la vida, nos hacía sentir como prisioneras. Sin la ansiada libertad que parecía no llegar nunca a nosotras.
Salimos a caminar por el corso de la Avenida de Mayo donde cada año veíamos pasar las murgas coloridas y vibrantes de tambores. Cada una eligió un disfraz diferente, se pintó y se aprovisionó de todo lo que hacía falta para concurrir al evento. Serpentina multicolor, matracas, papel picado y por supuesto, la infaltable nieve o espuma de carnaval.
Me vestí de arlequín con un bonete a cuatro puntas de cascabel y unos pantalones a rayas que terminaban en botas puntiagudas con campanillas. También me conseguí una máscara de brillantina y plumas que tapaba muy bien mi rostro. Así acicalada, me propuse salir a vivir cuanta aventura se me presentara. Desde chica había sido traviesa, “una rebelde”, decía mi dominante madre. Así que hoy, amparada en mi anonimato y misterio, me propuse hacer algo totalmente diferente, que marcara un antes y un después en mi aburrida existencia de niña sobreprotegida. Iríamos al corso y luego, acompañadas por nuestros padres, al baile de disfraces del club del barrio.
La murga Papando Moscas salió a descollar al asfalto. Graciela, vestida de payaso, me tomó de la mano y me llevó rápidamente al son de los tambores. Mercedes, una presa de la cárcel de San Quintín, venía a los saltos por detrás de nosotras. La Flaca, más atrás, era toda una odalisca con su ombligo al aire libre y su velo sobre la nariz.
- ¡La espuma, la espuma, hay que comprar la espuma! – grité a mi amiga mientras soltaba su mano para llegar al vendedor que estaba cruzando la esquina.
- ¡Nieve, Nieve! – canturreaba este, al tiempo que desaparecía y aparecía de mi vista obligándome a seguirlo en la más absoluta desesperación por no poder caminar tan rápido como él.
- ¡Dame tres aerosoles, tres aerosoles, por favor! – le pedía yo que ya jadeaba de tanto correrlo.
De pronto el muchacho se paró y me miró. Era moreno, de mirada penetrante detrás de un antifaz negro. Alto, delgado, de camisa abierta mostrando su pelo en pecho. Largas patillas y largo cabello, le daban un aire salvaje.
- ¿Querés una nieve? – me preguntó.
- Sí, dame tres, hermoso – contestó alguien que no era yo sino una chica totalmente alocada que estaba dentro de mí.
- Si la querés, vení a buscarla…vení, ¡ja,ja,ja!…alcanzame, si podés… – dijo largando una carcajada, saliendo al trote con los aerosoles en su canasta mientras desaparecía nuevamente entre la muchedumbre.
Lo seguí. Caminé rápidamente detrás de él por varias cuadras. Veía su espalda ancha de camisa colorada aparecer y desaparecer en zigzag y veía su amplia sonrisa que me provocaba cada vez que se daba vuelta para ver si yo estaba tras sus pasos.
No puedo recordar ahora por cuánto tiempo permanecimos en este juego. Solo se que mi bonete de arlequín quedó tirado en la vereda pues me daba calor correr bajo el mismo. Y mi bolso con toda clase de juguetes para el corso, terminó colgado de la rama baja de un árbol. Ni una sola vez me di vuelta para ver si mis amigas estaban lejos o cerca. Ni una sola vez me distraje de la espalda de mi hombre en llamas.
Ahora la murga Los Caníbales había salido al ruedo. Las chicas semidesnudas bailaban con sus trajes de satén y sus sombreros de cintas al viento. Se había levantado un reparador viento que hizo más agradable mi aventura. Yo seguía al joven que a esas alturas de la avenida ya se encontraba a punto de bajar por las escaleras del subte.
- ¡Esperame, bichito, no me dejes con la incógnita. Quiero ver tu cara! – le grité osadamente y me escabullí escaleras abajo sin medir mi comportamiento.
Abajo era otro mundo. Gente disfrazada hacía cola, murgueros cansados se sentaban en los rincones y vendedores ambulantes enmascarados reían y comían quién sabe qué. Sentí miedo. Me pareció estar en un escenario o en una obra de ciencia ficción. Me paré en seco a pensar sobre dónde realmente me encontraba, cuando sentí sus brazos rodear mi cintura.
- Hola, Nena, ¿te hice correr eh?...Vení, escondámonos aquí – dijo en un susurro sobre mi nuca mientras me arrastraba detrás de una columna.
- No, no… - dije sin oponer resistencia.
Recuerdo su perfume embriagador a lavandas y sus manos de terciopelo deslizarse entre mis piernas y debajo del cierre de mi traje.
- ¿Te volveré a ver?...Sacate el antifaz, quiero ver tu cara… quiero ver quién sos – supliqué antes de sentir que mi virginidad se iba para siempre. Dolía un poco pero era un dolor dulce, imperativo y mordaz.
- Sí, Nena, seremos novios, nos casaremos y tendremos muchos bebés. Abrí las piernitas, así, así… – decía mi furtivo amante deshecho en promesas tan fugaces como aquellos años mozos; como esa espuma que cubría nuestro pelo.
Yo, la mejor alumna de cuarto año del Comercial Nº 7, en aquellos dictatoriales años de fines de los setenta, me rebelé a mi modo ante tantas prohibiciones y represión. Nunca olvidaré ese Carnaval en el que definitivamente se me cayó la venda.

ANY CARMONA

1 comentario:

  1. ESTE CUENTO ME HA TENIDO EN VILO DEL COMIENZO AL FIN.IMPECABLE NARRATIVA, FRESCA, JUVENIL, FESTIVA Y CON UN DEJO DE TRISTE REALIDAD...GRACIAS ANY CARMONA.

    LILIANA CADENA

    ResponderEliminar