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jueves, 6 de enero de 2011

ROSITA Y LA ESPERANZA DE POBRE por Any Carmona


Rosa y Juan fueron a Buenos Aires a hacerse un futuro. Cuando llegaron, decidieron instalarse en una villa en Retiro.
- Tengo brazos fuertes y se construir un rancho – Dijo Juan a Rosita que lo miraba con cara de asombro.
- Está bien, pero... ¿mientras tanto, dónde dormiremos?
- En la casilla de mi compadre que es del pueblo, él nos dará refugio.
Rosita lloraba…- ¿Dónde había quedado el agua cristalina del arroyo, las montañas catamarqueñas, y sus parientes artesanos, esos hombres dignos porque portaban en sus manos, siglos de sabiduría indígena…? No podía entender por qué las cosas habían salido tan mal - ¡Quiero volver al pueblo, tengo miedo! – Su voz se había transformado en un grito agudo y desesperado. Fue en ese instante cuando sintió el golpe sobre su cara y luego otro y otro, hasta que le salió sangre de la nariz.
- ¡Calláte, tonta, ya me tenés podrido!, no ves que aquí se oye todo – Gritó Juan mientras salía, dejando a Rosa muy asustada, en medio del llanto.
La vida en la “villa miseria” era muy dura, no había agua, luz ni cloacas. La suciedad, el mal olor y la violencia eran cosas corrientes. Rosa supo lo que era ser una mujer golpeada y sometida.
Juan empezó a tomar para olvidar. Olvidarse de la inestabilidad laboral, del bajo salario, de la discriminación por ser un “cabecita negra” y de la falta de horizontes. Y de tanto tomar vino, se olvidó también del amor que tenía por su esposa a la que obligaba todas las noches a tener relaciones con él, aunque no quisiera.
Un día llegó un curita. Les prometió que allí levantarían una iglesia, un comedor popular y una cancha de futbol. Les habló de Jesús que también era el hijo de un carpintero, un trabajador. Que debían escuchar sus palabras cuando dijo “…de los pobres será el Reino de los Cielos”.
Y fue el Padre Matías quien le aconsejó a Rosa que le hiciera la denuncia a su marido…
Cuando él se fue, ella sintió que se le partía el suelo en dos. ¿Qué haría sin él? Pero sin él se arregló muy bien, trabajando como un burro, pero tranquila.
Con el tiempo, ya jubilada, pudo regresar al pueblo, donde le dijeron que Juan había andado por ahí, buscándola.
Se quedó en Tinogasta. Al atardecer, salía a la vereda con dos sillas y algo para comer y beber. Allí esperaba día tras día, verlo venir, bueno como antes, regresando a sus brazos.


ANY CARMONA

4 comentarios:

  1. Buen poema, Any. Esta es la realidad de muchas mujeres en todo el mundo. Pobreza y violencia van de la mano. ¿No es la misma pobreza una forma de violencia?...Gracias, en pocas letras todo un mundo, esto es todo un arte y pocos lo tienen desarrollado como vos...Besos...Graciela

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  2. muy bueno any...me quede enganchado entre las lineas cuando Rosa se queda esperando,sin tiempo ni urgencia,a su Juan bueno,a su Juan el de antes...antes de la ciudad,de la miseria,del unico lugar donde una lluvia es triste siempre...gracias a tu forma de contar puedo ver a Rosa con su sonrisa esperanzada.

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  3. Sí, es un final abierto y creo que invita a que cada uno se haga el mejor final...En los pueblitos todo es más facil y genuino , es verdad...Gracias Ric por leer y dejar tu huella...Besos...Any

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  4. Gracias Gra, por tus comentarios tan alentadores...besitos...Any

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