CUENTO Nº 1: VERANO PORTEÑO
Ocho y media de la
noche…se acercó al reloj y pudo comprobar lo que ya el reflejo de las ventanas
le estaba anunciando: se estaba haciendo tarde.
Había dado vueltas
por todo el departamento y claro, cada vez que lo hacía pensaba: “está hecho un
chiche”. Pero para qué le servía si nadie venía nunca a visitarla…
En fin, su vida se
había tornado en algo muy aburrido y hasta casi decadente. Pero gracias al
nuevo “batido vivificador de vitaminas y minerales” que estaba tomando, se
sentía muy bien, nada deprimida y con ganas de afrontar nuevos desafíos…Mañana
comenzaría a concurrir a un gimnasio cercano en el que pensaba estar por lo
menos una hora y media, luego regresaría muy rápido a tomar sol en la terraza y
finalmente, casi a medio día, bajaría a ducharse y arreglarse. Mañana también
era el día en que sus hijos viajarían a la playa con amigos y noviecitas a
pasar un mes y trabajar (fabricar y vender) sus artesanías. Sinceramente,
esperaba poder arreglárselas bien en su soledad porteña. ¡Pero era necesario
pensar en algo importante para hacer ese verano! Por supuesto que la búsqueda
de trabajo debía continuar “sin prisa pero sin pausa”, como la vez anterior,
que había conseguido ingresar a esa gran empresa. Y ahora, seguramente lo
lograría de nuevo…siempre que se ocupara de ponerse hecha una diosa, una
“super-lady” que a nadie pudiera dejar de gustar ni de atraer…- Todo es
cuestión de proponérselo para lograrlo- Pensaba Virginia Rabolini, una
profesora de Letras y escritora, perdida en el barrio de San Telmo en el Buenos
Aires de comienzos del año 2008.
Empezó a contactar
hombres por Internet - Alguno habrá que sea ideal para mí… Si tan sólo
apareciera un amor en mi vida…todo cambiaría… – Se decía Virginia, preparándose
para iniciar la selección de un varón a quien poder darle todo ese cariño que
tenía aprisionado en su interior. - Quizá si son mayores, aún no estén
contaminados con esta costumbre de ver a la mujer como un objeto. Los hombres
de cincuenta o más son de otra época en la que había otros valores… – Cavilaba
ella, que se consideraba “pasada de moda, hecha a la antigua” y no se sentía
mal por eso.
Pero cuando esa
tarde entró en el bar de San Telmo justo al frente del Parque Lezama y lo vio,
comprendió sencillamente, que todavía quedaban hombres maduros y “churros” en
la ciudad, sólo que no eran para ella. Un ser totalmente pagado de sí mismo,
que hablaba sin parar sobre él y que no sabía escuchar. Al cabo de un rato
Virginia ya no entendió nada de lo que decían sus labios sino que los veía
moverse sin saber qué significaban sus palabras. Quedaron en llamarse pero eso nunca
sucedió; ella simplemente le escribió un poema para dar por terminada la corta
relación. Se esforzaba por recordar su nombre pero no lo lograba, no podía
saber cómo se llamaba esa persona tan poco especial que había conocido en el
Café Hipopótamo y tampoco pudo recordar jamás a nadie de los que le sucedieron
durante ese verano…Pero sí podía
rememorar su tan remanido y repetido discurso: “… yo quiero que todo sea un
cincuenta y un cincuenta, que las cosas se hagan siempre mitad y mitad. Si la
mujer tanto quería la liberación, que ahora se responsabilice de la parte que
le toca…”
-
Ya
no quedan hombres generosos, ni hombres que sepan volar, ni verdaderos
caballeros, no hay caso, ya no quedan más… – Pensaba la hastiada profesora,
tirada en su gran cama de bronce, sobre su importante e inmóvil, recién
estrenado, colchón Simmons.
Pasaron los días y
nada parecía indicarle que algo sucedería diferente a lo que venía pasando en
su vida desde hacía casi una década. Es verdad que había logrado bajar cuatro
kilos y lucía un color bronceado hermoso que, combinado con su nueva
remera naranja, quedaba “brutal”. No
podía cansarse de mirarse en el espejo que reposaba detrás de la gran cómoda de
estilo art-decó. Estaba hermosa, igual que su departamento, tan lindo y tan
deshabitado. Era verdad que todo estaba bien por fuera pero por
dentro…sólo lágrimas le humedecían las
entrañas…
Por suerte tenía
sus escritos, esas historias de amantes, de jóvenes aventureros y de mujeres
apasionadas, que la salvaban de morir asfixiada en su propio delirio de
soledad. Y por suerte también su mente idealista y su enorme mundo interior la
acompañaban permanentemente acunando su ser de niña cándida. Eso también la
salvaba de aquel letargo inútil del cuerpo y de aquella sedienta realidad de su
alma.
Virginia se
despertó igual ese último domingo de Enero, igual de sola que siempre, igual de
quieto su espíritu. – Hoy voy a misa primero y luego me voy a lo de Mamá. ¿Qué
será de los chicos que no tengo noticias de ellos? Voy a ver si puedo
comunicarme por celular. Me preparo unos mates y luego los llamo – Se dijo por
lo bajo, hablando sola.
De repente y sin
que lo esperara, sonó el portero eléctrico.
-
¿Quién
es?
-
Pablo,
el amigo de Nahuel. ¿Está él?
-
No,
Nahuel está en la playa…¿querés pasar?
-
Bueno,
es para dejarle algo.
Inmediatamente
Virginia encendió el televisor y puso el canal 100 en el cual la cámara del
palier de la planta baja reflejaba a los visitantes que tocaban el timbre de
entrada. Pudo ver a un joven alto, rubio y bien vestido con jeans y remera
suelta - Lo conozco – Pensó la mujer que se apresuró a pulsar el botón del
portero para darle entrada. Al cabo de unos segundos escuchó el ascensor que
subía y finalmente lo tuvo allí parado bajo el dintel de su puerta, con esos
enormes ojos celestes y esa amplia sonrisa que parecían darle mucha confianza.
Una voz modulada de hombre adulto la envolvió enseguida y pronto se encontró
sentada frente a él en el juego de sillones de su living.
-
¿Qué
querés tomar Pablo?
-
Nada, ¿tenés un vaso de agua fresca? Hoy hace
demasiado calor…
-
Sí,
ya te doy…Pero…contame…¿Cuándo regresaste de Europa?¿Cómo te fue?
-
Bien,
estuve primero con mi hermana y luego me largué a viajar solo por todos lados.
Conocí España, Francia, Italia, Portugal…en fin, casi toda Europa.
-
Sí,
demoraste mucho, casi dos meses ¿no?...Acá tenés el agua, es mineral y bien
fría…¿Querés comer una cosa rica? Hice una tarta de frutillas…¿te gusta?
-
Mmmmmm
es mi favorita…bueno, dale, te acepto una porción.
-
Te
aseguro que nunca comerás nada igual…es mi especialidad.
Virginia fue a la
cocina a cortar con cuidado una gran porción de su tarta de frutillas y
mientras lo hacía aprovechaba para espiar a Pablo por la ventanita que
conectaba el desayunador con el comedor. Lo vio allí sentado, con sus cabellos
dorados, su torso joven y bien formado,
su aire casual y su onda de argentino recién llegado del exterior. Su imagen le
hizo aparecer mariposas en el estómago, tanto que se le cortó la respiración –
Es un bebé – pensó – pero no es “mi” bebé, sino apenas un amigo de él… –
Terminó de aclarar para sí misma - ¿Y por qué no me puede gustar? – Continuó
pensando con una sonrisa pícara en los labios.
-
Decime
Pablo, ¿vos sos bastante mayor que Nahuel verdad?
-
Sí,
creo que le llevo como cinco años. ¿Por?
-
Por
nada. Sí, en realidad es porque ahora que te miraba bien, me pareciste como de
treinta y dos.
-
No,
tanto no, tengo veintiocho.
-
Mirá
vos, yo tengo cuarenta y dos. Soy una vieja al lado tuyo.
-
No,
¿por qué? Yo te veo super- joven. Sos una bella mujer.
-
Bueno,
gracias, era lo que necesitaba oír para levantar mi ánimo…Realmente, ¿cómo me
ves, estoy igual que la otra vez o diferente?
-
Estás
preciosa, ya te lo dije…preciosa…
Fue justo en ese
momento cuando vio saltar a Pablo del sillón y plantarse junto a ella, con los
ojos clavados en su escote y las piernas arrodilladas sobre el almohadón. En
menos de un minuto ya le estaba desabotonando la blusa e introduciéndole la
cara entre sus pechos que como dos platos redondos y blancos, surgieron desde
abajo de su corpiño al tiempo que el joven hacía llover una multitud de besos
sobre ellos – ¡Qué bien se siente! – Susurró Virginia con un suspiro ahogado –
¡Mi amor!... ¡Cuánto te estuve esperando! – Y sucedieron una serie interminable
de caricias, besos y juegos amorosos sobre el diván, que terminaron en el piso,
sobre la primorosa matra tejida peruana, que oficiaba de alfombra.
Fue una tarde
diferente, de amor extraviado. Cuando llegó la noche y Pablo debió abandonar su
vivienda, ella abrió la persiana para verlo partir. Caminaba doblando la
esquina y pudo divisarlo entre las copas de los árboles que apenas lo tapaban.
Levantó la mano y esperó a que él se volviera. – Si llega a la esquina y no
mira hacia aquí, juro que nunca más lo veré – Pensó Virginia con el aliento contenido.
Luego vio como se alejaba y esperó. Esperó por siempre que él se volteara.
Ese Lunes se sintió
sola pero completa, llena de alegría y ganas de vivir. Plena, satisfecha,
joven, radiante, con unos incontrolables deseos de hacer cosas que jamás había
hecho, cosas que le habían quedado en el tintero a lo largo de los años. Por eso, cuando se encontró con ese hombre
que le presentara una amiga, no pudo explicarse el por qué, pero supo que él
era para ella.
ANY CARMONA
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